230 ppp
La prensa escrita tal y como la conocemos desaparecerá dentro de 230 puntos por pulgada.
Para los ojos del lector, la principal diferencia entre un diario de papel y una página web está en la resolución, la cantidad de puntos diminutos que forman las letras y las imágenes. La pantalla de su monitor o su ordenador portátil tiene una resolución de 70 puntos por pulgada. Si se acerca lo suficiente podrá verlos.
En una pulgada de una hoja impresa se utilizan más de 300 puntos. Con más puntos la imagen es más nítida. Hasta el momento el papel sigue venciendo en la carrera de la nitidez.
Pero esa diferencia es crucial. Dentro de 230 puntos por pulgada, aparecerán en el mercado pantallas baratas, ligeras y flexibles como una hoja de papel, conectadas a ordenadores de mano.
Con una resolución de 300 puntos por pulgada usted, lector, no encontrará diferencia entre leer en papel y leer en la pantalla. Ese día, mucha gente dejará de comprar información en papel.
Y no se trata únicamente de un cambio de interfaz. La información en papel se puede proteger con mayor facilidad, porque no es digital. Si esto cambia, los negocios que trafican con la palabra impresa se encontrarán en la misma pesadilla en la que se encuentra ahora la industria musical: la pérdida del control de la distribución.
La larga era de oro del papel
Los libros, diarios y revistas de papel son un gran logro de la humanidad. Son ligeros (comparados con una tabla de arcilla), baratos de producir y con gran capacidad de almacenamiento: en apenas trescientos gramos caben 50 Kb de información escrita, con la interfaz de usuario incluida. Si no existieran habría que inventarlos.
La producción en serie de palabras impresas ha funcionado muy bien durante 500 años, porque la calidad de la interfaz era insuperable. Al menos hasta ahora.
Sin contar con la revolución en el soporte aún pendiente, la prensa y las editoriales, industrias que fabrican información en papel, ya tienen bastantes problemas. El interés de la población por sus productos declina. En España, sólo una tercera parte de la población parte lee habitualmente, mientras casi todos ven la televisión. Otros países no mejoran la marca sensiblemente.
La información escrita es para la elite. Esa parte de la sociedad que compra libros, que va a las salas de cine, que posee un ordenador y hace uso a diario de una conexión a Internet.
Por eso parece lógico que la prensa haya empezado hace años a ofrecer sus noticias gratis en la Web. Es una forma rápida de alcanzar a los lectores, los más jóvenes, los más profesionales, los más avanzados. La prensa vive de su reconocimiento, medido en número de lectores. Tener más y mejores lectores significa imponer tarifas de publicidad más altas a los anunciantes.
Pero el tiro salió por la culata. Los lectores de las ediciones web de los diarios dejan de leer el diario de papel, cancelan sus suscripciones, no prestan atención a los anuncios en banners y popups. Y lo peor de todo, no están dispuestos a pagar por leer en la pantalla, aunque antes pagaran por leer en papel.
Lo cual hace pensar que la información en papel todavía debe tener algún valor. En efecto: el periódico se puede tocar. Se puede leer con una mano en el autobús. Se puede leer en la sala de espera del dentista. Se puede prestar a otro lector una vez leído. Se puede leer en el cuarto de baño. Sirve para envolver el bocadillo. Intenten hacer algo parecido con su ordenador portátil.
Los ojos lloran cuando se lee en una pantalla. Con sólo 70 puntos por pulgada, las letras pequeñas no aparecen con claridad. Si se acerca verá en esta letra A los "escalones" que forman las líneas diagonales. La baja resolución equivale a ver borroso, como un hipermétrope sin gafas, y al cerebro le cuesta más trabajo descifrar las palabras. En una pantalla se lee hasta un 30% más lento que en papel. Por eso luego duele la cabeza.
Claro que no sólo se trata de ergonomía. El papel ofrece otras ventajas, como la credibilidad. Imprimir un artículo o un libro es relativamente caro. Si alguien está dispuesto a arriesgar tiempo y dinero publicándolo debe ser una garantía de su calidad. En una argumentación, se puede citar sin miedo un artículo del New York Times o El País.
Como ocurre con el caso de la música, el riesgo del editor garantiza una posible aceptación general. Las obras que no pasan esta barrera de entrada nunca ven la luz. En teoría, es un control de calidad.
Ahora, todas estas ventajas se están desvaneciendo.
El camino digital
La imprenta es una máquina de la revolución industrial: produce muchas copias de un mismo artículo. Pero con la Red, ya no es necesario producir copias materiales, y cualquiera de los conectados se puede convertir en editor. Las historias que se publican en un oscuro weblog, si reciben suficiente atención, pueden aparecer en DayPop al día siguiente, alcanzar a millones de personas y incluso ser citadas por periodistas profesionales que las publicarán en sus medios de pago.
La credibilidad se tambalea. Por primera vez son los lectores, y no el editor, quienes pueden decidir qué es relevante. La primera noticia en Blogdex o Google News es más relevante que la primera del New York Times. La relevancia es democrática: más cerebros en más lugares diferentes han decidido que es importante, y el margen de error es mucho menor.
Por otro lado, una noticia publicada en un medio digital está sujeta a la revisión y el comentario de los lectores, algunos de los cuales saben más del asunto que el periodista. El acceso a las fuentes también se ha simplificado. En palabras de Barlow, hoy la gente quiere saltarse a los medios de masas.
El precio de la información tiende a cero, porque las posibles fuentes de información tienden a infinito. Incluso el papel, tan tangible, se regala. Los diarios gratuitos Metro o 20 minutos no venden información, sino un espacio publicitario atractivo. En 20 Minutos son especialmente conscientes del valor de la información.
La tinta electrónica
La información se escapa por otros conductos. La compañía Avant Go dispone de una tecnología que permite descargar las ediciones digitales de los periódicos a un ordenador de bolsillo o PDA. Más de seis millones de personas en todo el mundo lo utilizan ya para leer las noticias en el autobús o la sala de espera del dentista.
El autor guarda en su modesta Palm las ediciones del día de tres diarios nacionales y cinco internacionales, junto a las ediciones completas de diez libros de más de 300 páginas cada uno. Por ninguna de estas cosas ha pagado un céntimo.
Esta forma de consumir información sólo puede aumentar. El futuro es flexible, y según algunos, incluso enrollable.
El producto estrella de la empresa E-Ink es una lámina de papel plastificado con unas letras impresas. Nada espectacular, hasta que alguien da a un botón, y las letras cambian.
E-Ink fabrica papel electrónico. Aprisionadas entre dos láminas se encuentran millones de minúsculas esferas cargadas eléctricamente, llenas de partículas blancas y negras. Conectando el papel electrónico a un ordenador forman las imágenes como en una pantalla cualquiera. Pero a los ojos del cerebro, parece papel.
En 2003 se comenzarán a comercializar los primeros productos de E-Ink. En breve, estas hojas de papel electrónico alcanzarán los mágicos 300 puntos por pulgada. La competencia lanzará sus propios productos. Se fabricarán en grandes cantidades y pronto aparecerán los modelos en color y sin cables. Su precio bajará hasta alcanzar los 100 dólares que terminan costando todas estas cosas.
De repente, la barrera del papel, en costes y comodidad, habrá desaparecido. La información escrita podrá ser mayoritariamente digital. Todo habrá cambiado.
Nadar contra corriente
Quien puede destruir algo, lo controla. Quien puede cerrar el grifo del agua, (o del petróleo) es quien puede cobrar por estos suministros.
Pero la información digital en una red como Internet es muy difícil de contener, censurar o destruir. Los intentos hasta la fecha han sido infructuosos. La música circula libremente porque no se puede criminalizar a millones de usuarios por compartir sus canciones. Las películas de vídeo siguen el mismo camino, sólo limitadas de momento por la velocidad de conexión. En las redes P2P se pueden encontrar sin dificultad miles de libros recién editados, digitalizados y al alcance de cualquiera.
Si una obra despierta suficiente interés, no escapa de la Red. Si esas personas que leen y tienen una conexión de Internet todavía comparten sus libros, es porque no disponen de la interfaz adecuada. Una vez superado este obstáculo, no habrá marcha atrás.
El texto es mucho más fácil de transmitir que las imágenes o la música, porque ocupa menos espacio. Incluso con la tecnología actual, es fácil enviar un libro entero a través del teléfono móvil. Basta añadirle una pantalla flexible para que unas cuantas editoriales se vean obligadas a cerrar.
El valor del conocimiento
Las fórmulas para convertir las ideas en dinero están cambiando. El valor de la información deja de ser intrínseco y depende de otros factores: su caducidad, su especialización y su disponibilidad. Habrá que comprender mejor las oportunidades que presenta la nueva situación y utilizarlas en beneficio propio.
En las redes P2P es muy fácil encontrar productos de masas como el último éxito de Britney Spears. Sin embargo es casi imposible dar con la grabación de los nocturnos de Chopin por Daniel Baremboim para Deutsche Grammophon. Es fácil encontrar una novela de Danielle Steele, pero complicado encontrar un informe de pago de Jupiter Media Metrix.
Cuando el público es reducido, la copia se propaga con más dificultad. La información recóndita sí puede ser de pago, porque es escasa. Lo mismo ocurre con los datos que se necesitan en tiempo real o con garantías de autenticidad, como la información financiera.
También queda la publicidad. La publicidad digital es fácil de evitar, el camino está en la publicidad deseada, no intrusiva e inversa. Aquí todavía queda mucho por hacer.
Pero sobre todo, el valor de la información estará más vinculado que nunca al cerebro que la produce. Una idea podrá copiarse en cuestión de minutos, pero la mente de la que ha salido no. Y esa mente es capaz de tener nuevas ideas igual de buenas. Con un poco de suerte, en este futuro digital sin papel la moneda de cambio será el talento.
¿Dónde quedará entonces el olor de las páginas de un libro recién comprado, la arena atrapada en el la novela del verano pasado, las flores secas entre las páginas, la gruesas tapas de cuero, el color cremoso del papel?
La nostalgia, al contrario que la información, es un lujo. El placer fetichista del papel seguirá el mismo camino que la limpieza de los surcos de un disco de vinilo, la oscuridad de la sala de cine, la emoción del concierto en directo o el deleite de la paella en fuego de leña. Tendrá un mercado exclusivo y fiel. Pero una gran mayoría descargará música en MP3, comerá congelados y leerá textos digitales.
Para algunos, el fin de la cultura, lo que sin duda también debieron gritar los mojes benedictinos en el siglo XV, cuando vieron como el control de la distribución de la palabra escrita, hasta entonces es sus pacientes manos, se les escapaba a bordo de una máquina infernal llamada imprenta.